
He leído muchos textos, digamos masculinos, llenos de majaderías y de cuestiones que no hay quien entienda (quizás porque carecen de inteligibilidad) que, sin embargo, ocupan un lugar privilegiado en determinadas bibliografías o se convierten en “best seller”, o se estudian detenidamente tratando de encontrar ese sentido profundo que parecen contener. Y también he leído grandes textos, con muchas e importantes cosas que decir, bien articulados, inteligentes que, por qué no decirlo, simplemente porque su autoría pertenece a mujeres duermen “el sueño de los justos”, olvidados, a la espera de ser rescatados por alguien que reconozca su valor y que se lance “a la fuerza, en busca de lo que no cuadra.”, como también dice Luisa Muraro en el artículo mencionado. Supongo que ese es el caso de Baudonivia y Hugeburc, no tan reconocidas por la historia como Boecio o Isidoro.
Realmente, me ha impresionado el contacto literario con estas autoras, porque yo misma me he sentido plenamente identificada con sus miedos, sus ironías, su turbación, su incertidumbre pero, al mismo tiempo, también con su capacidad para afrontar el reto de tomar la palabra en un contexto adverso.
Me muevo en un espacio de minorías (soy protestante en un país católico con una historia reciente bastante catastrófica en lo que se refiere a la relación entre ambas tradiciones) donde el discurso autoritativo pertenece, principalmente a los varones. Reconozco que, a pesar de todo, ocupo un lugar privilegiado en este “mundillo” si me comparo con muchas de las mujeres que comparten mi fe pero, no me saco el miedo del cuerpo. Miedo que se manifiesta en los dos niveles que se expresan en el excelente artículo de Luisa Muraro ya mencionado: porque por el simple hecho de ser mujer siempre planea la sospecha sobre lo que digo o lo que escribo; lo cual ocurre, porque, de alguna manera, el conocimiento y el reconocimiento “exigen” una mediación masculina. Y, por otra parte, sé que tengo cosas que decir, pero me aterroriza el malentendido (al cual ya he tenido que enfrentarme varias veces). Algunos de mis escritos o conferencias han sido, en el ambiente en el que me muevo, fuente de polémica, de críticas, de menosprecio, de sospecha, etc.; y esto no solo por parte de varones, sino también por parte de muchas mujeres. Lo que quiero decir es que en mi contexto (que es de hombres) experimento una especie de exclusión, de mordaza, de silenciador, que me limita y, en cierto modo me lleva a escribir de una determinada manera, o simplemente a no escribir. Se trata, en definitiva, de no decir lo que se tiene que decir de la manera que se quiere decir y buscando siempre atenerse al “canon”, quizás deseando, inconscientemente, una cierta presencia, o importancia, o relevancia; en pocas palabras, buscando ser tenida en cuenta.
Pero, ¿Esto no es una trampa? ¿Nuestro miedo a escribir no estará justificando y perpetuando una determinada manera de entender el mundo que es la de siempre, aunque con algunos (no demasiados) ajustes? ¿Nuestro miedo a escribir no es un producto de ese universo simbólico que compartimos y que nos ha conferido identidad? y ¿Alimentando ese miedo, no ponemos de manifiesto, a pesar de todo, nuestra pertenencia a ese universo y la gran dificultad de establecer una cierta distancia con él para poder presentar una alternativa, un simbólico que incluya a las mujeres?
Sospecho que esos grandes conceptos como igualdad, reciprocidad, complementariedad, respeto a la diferencia, etc., se convierten en algo vacío, sin sentido, porque en el fondo, el modelo patriarcal sigue muy adentro y, por tanto, experimentamos (o experimento) una tensión que, en mi opinión, tardaremos (o tardaré) mucho en superar.
¿Miedo a escribir? Claro que sí. Porque en el fondo sabemos que nuestros textos no circulan (por lo menos lo que nosotras quisiéramos) en las universidades, ni en los centros de poder, sólo lo hacen entre nosotras y, si me apuráis, entre una minoría de nosotras. Sin embargo, es cierto que debemos seguir haciendo el esfuerzo de recuperar esa historia, esa producción literaria que, a pesar de ser relevante y formar parte de nuestra cultura, ha sido obviada, olvidada e ignorada por la única razón de su autoría femenina.
Hay todavía una pregunta que me persigue: ¿Por qué nos empeñamos en identificar un determinado modelo de literatura (siempre relacionado con lo concreto, o con la vida, o con los sentimientos, o con la poesía, etc.) con la escritura propia de mujeres? Yo reivindico el valor de la diferencia y por eso mismo creo que debería dejar de ser anecdótico o de sorprender la producción literaria femenina en cualquier ámbito de la cultura.
Reclamamos nuestro derecho a escribir lo que queramos, sobre lo que queramos, y como queramos pero, realmente ¿Eso nos tranquiliza? ¿No nos queda un sentimiento agridulce al comprobar que , a pesar de todo, los escritos femeninos no son recibidos como lo son los masculinos?
¿Me satisface la explicación feminista? De nuevo aparece la ambigüedad: sí y no. Este es un sentimiento un tanto extraño, porque a pesar de las reivindicaciones de la vida, la diferencia, etc., todavía se piensa que la escritura masculina (y esa es su reputación) es más objetiva, más científica, más fundamentada, etc. Y esos son valores que han configurado la Razón occidental y por lo tanto nos pertenecen también a nosotras.
Creo que el feminismo, en muchos aspectos, ha dado una explicación satisfactoria a esa turbación ante la escritura pero, el miedo a escribir, a pesar de ser reconocido, no ha desaparecido, ya que en cierto sentido, dicha explicación sólo satisface en los ámbitos feministas y, no sé... pero me da la impresión de que el feminismo (a pesar de ser agente de importantes cambios sociales, culturales, jurídicos, educativos, etc.), como siempre, está bajo sospecha y eso, de alguna manera, lo excluye de los espacios de poder o, por lo menos, no se considera que esté al mismo nivel que otras corrientes ideológicas.
¿Es superable ese miedo? De nuevo, y de acuerdo con mi experiencia, sí y no. Sigo sintiendo miedo a escribir y la pantalla vacía de mi ordenador me sigue aterrando. Sigo buscando las palabras, los conceptos, la forma y el lenguaje “adecuados”; y escribo y suprimo miles de veces. Pero es un reto personal e ideológico que necesito superar cada día para poder reconocerme. Unas veces me vence la pasión por la escritura y otras la pantalla vacía del ordenador.
3 comentarios:
Respecto al femisnismo... bueno hay una campaña desacreditatoria intencionada, una ingnorancia voluntaria sobre su significado, porque sigue siendo peligroso.
Sobre escribir... sobre cómo hacerlo.... bueno, yo agradezco a las mujeres que escriban como mujeres. Em mi infancia me faltaron esos modelos, la visión femenina, la traducción de la vida en palabras de mujer.
Estamos haciendo camino todavía. Igual que a quienes nos precedieron nos tacharán de insignificante y otras cosas por no seguir el camino. No alcanzaremos la aprobación, pero no importa, tenemos que escribir como lo que somos. Sin miedo, lo peor que nos puede pasar es que chasqueen la lengua con desaprobación. Pues vale.
Un abrazo
Hola!
He colocado una entrada en mi blog, graciosa, interesante pero sobre todo, ayuda a abrir los ojos de aquellos y aquellas que no ven más allá de su machismo social, moral y/o ético.
Es un texto que me enviaron y que cuando leí me dije: "esto le gustará a la Joana".
Luego pensé que también podria intersarle a mucha gente!!
Un saludo!
http//:albertoreinag.blogspot.com
Hola aminúscula,
Muchas gracias por tu comentario.
Efectivamente, el feminismo está muy desacreditado y no sabemos exactamente por qué. Tal vez sea, como dices tú, porque es peligroso. Sin duda, desde que el feminismo evolucionó de las reivindicaciones a la teoría su peligrosidad es todavía más evidente.
Cuando yo hablo del miedo a escribir, no me refiero a ese miedo que paraliza, sino a esa incertidumbre de la que habla Luisa Muraro que, sobre todo, afecta a muchas mujeres a las que les gustaría expresarse a través de la palabra escrita.
Sin duda, tenemos que seguir escribiendo, mal o bien, mejor o peor, pero siempre usando el "partír de sí" que tanto prodiga el feminismo de la diferencia. No importa si usamos un lenguaje culto o popular, sagrado o profano, literario o lo que sea... Lo que importa es que lo hagamos desde nosotras mismas y desde nuestra propia visión e interpretación del mundo e intentar, de una vez por todas, acabar con ese simbólico del padre para, tal vez, trabajar, como muchas feministas reivindican, desde el simbólico de la madre. Puede parecer una locura o una insensatez, pero podríamos intentarlo. Tal vez así el mundo empezaria a cambiar.
Un abrazo,
Joana/Diotima
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