
domingo, 1 de abril de 2007
Mi nuevo blog: www.diotima.pastordadaista.com

martes, 20 de febrero de 2007
MIEDO A ESCRIBIR

He leído muchos textos, digamos masculinos, llenos de majaderías y de cuestiones que no hay quien entienda (quizás porque carecen de inteligibilidad) que, sin embargo, ocupan un lugar privilegiado en determinadas bibliografías o se convierten en “best seller”, o se estudian detenidamente tratando de encontrar ese sentido profundo que parecen contener. Y también he leído grandes textos, con muchas e importantes cosas que decir, bien articulados, inteligentes que, por qué no decirlo, simplemente porque su autoría pertenece a mujeres duermen “el sueño de los justos”, olvidados, a la espera de ser rescatados por alguien que reconozca su valor y que se lance “a la fuerza, en busca de lo que no cuadra.”, como también dice Luisa Muraro en el artículo mencionado. Supongo que ese es el caso de Baudonivia y Hugeburc, no tan reconocidas por la historia como Boecio o Isidoro.
Realmente, me ha impresionado el contacto literario con estas autoras, porque yo misma me he sentido plenamente identificada con sus miedos, sus ironías, su turbación, su incertidumbre pero, al mismo tiempo, también con su capacidad para afrontar el reto de tomar la palabra en un contexto adverso.
Me muevo en un espacio de minorías (soy protestante en un país católico con una historia reciente bastante catastrófica en lo que se refiere a la relación entre ambas tradiciones) donde el discurso autoritativo pertenece, principalmente a los varones. Reconozco que, a pesar de todo, ocupo un lugar privilegiado en este “mundillo” si me comparo con muchas de las mujeres que comparten mi fe pero, no me saco el miedo del cuerpo. Miedo que se manifiesta en los dos niveles que se expresan en el excelente artículo de Luisa Muraro ya mencionado: porque por el simple hecho de ser mujer siempre planea la sospecha sobre lo que digo o lo que escribo; lo cual ocurre, porque, de alguna manera, el conocimiento y el reconocimiento “exigen” una mediación masculina. Y, por otra parte, sé que tengo cosas que decir, pero me aterroriza el malentendido (al cual ya he tenido que enfrentarme varias veces). Algunos de mis escritos o conferencias han sido, en el ambiente en el que me muevo, fuente de polémica, de críticas, de menosprecio, de sospecha, etc.; y esto no solo por parte de varones, sino también por parte de muchas mujeres. Lo que quiero decir es que en mi contexto (que es de hombres) experimento una especie de exclusión, de mordaza, de silenciador, que me limita y, en cierto modo me lleva a escribir de una determinada manera, o simplemente a no escribir. Se trata, en definitiva, de no decir lo que se tiene que decir de la manera que se quiere decir y buscando siempre atenerse al “canon”, quizás deseando, inconscientemente, una cierta presencia, o importancia, o relevancia; en pocas palabras, buscando ser tenida en cuenta.
Pero, ¿Esto no es una trampa? ¿Nuestro miedo a escribir no estará justificando y perpetuando una determinada manera de entender el mundo que es la de siempre, aunque con algunos (no demasiados) ajustes? ¿Nuestro miedo a escribir no es un producto de ese universo simbólico que compartimos y que nos ha conferido identidad? y ¿Alimentando ese miedo, no ponemos de manifiesto, a pesar de todo, nuestra pertenencia a ese universo y la gran dificultad de establecer una cierta distancia con él para poder presentar una alternativa, un simbólico que incluya a las mujeres?
Sospecho que esos grandes conceptos como igualdad, reciprocidad, complementariedad, respeto a la diferencia, etc., se convierten en algo vacío, sin sentido, porque en el fondo, el modelo patriarcal sigue muy adentro y, por tanto, experimentamos (o experimento) una tensión que, en mi opinión, tardaremos (o tardaré) mucho en superar.
¿Miedo a escribir? Claro que sí. Porque en el fondo sabemos que nuestros textos no circulan (por lo menos lo que nosotras quisiéramos) en las universidades, ni en los centros de poder, sólo lo hacen entre nosotras y, si me apuráis, entre una minoría de nosotras. Sin embargo, es cierto que debemos seguir haciendo el esfuerzo de recuperar esa historia, esa producción literaria que, a pesar de ser relevante y formar parte de nuestra cultura, ha sido obviada, olvidada e ignorada por la única razón de su autoría femenina.
Hay todavía una pregunta que me persigue: ¿Por qué nos empeñamos en identificar un determinado modelo de literatura (siempre relacionado con lo concreto, o con la vida, o con los sentimientos, o con la poesía, etc.) con la escritura propia de mujeres? Yo reivindico el valor de la diferencia y por eso mismo creo que debería dejar de ser anecdótico o de sorprender la producción literaria femenina en cualquier ámbito de la cultura.
Reclamamos nuestro derecho a escribir lo que queramos, sobre lo que queramos, y como queramos pero, realmente ¿Eso nos tranquiliza? ¿No nos queda un sentimiento agridulce al comprobar que , a pesar de todo, los escritos femeninos no son recibidos como lo son los masculinos?
¿Me satisface la explicación feminista? De nuevo aparece la ambigüedad: sí y no. Este es un sentimiento un tanto extraño, porque a pesar de las reivindicaciones de la vida, la diferencia, etc., todavía se piensa que la escritura masculina (y esa es su reputación) es más objetiva, más científica, más fundamentada, etc. Y esos son valores que han configurado la Razón occidental y por lo tanto nos pertenecen también a nosotras.
Creo que el feminismo, en muchos aspectos, ha dado una explicación satisfactoria a esa turbación ante la escritura pero, el miedo a escribir, a pesar de ser reconocido, no ha desaparecido, ya que en cierto sentido, dicha explicación sólo satisface en los ámbitos feministas y, no sé... pero me da la impresión de que el feminismo (a pesar de ser agente de importantes cambios sociales, culturales, jurídicos, educativos, etc.), como siempre, está bajo sospecha y eso, de alguna manera, lo excluye de los espacios de poder o, por lo menos, no se considera que esté al mismo nivel que otras corrientes ideológicas.
¿Es superable ese miedo? De nuevo, y de acuerdo con mi experiencia, sí y no. Sigo sintiendo miedo a escribir y la pantalla vacía de mi ordenador me sigue aterrando. Sigo buscando las palabras, los conceptos, la forma y el lenguaje “adecuados”; y escribo y suprimo miles de veces. Pero es un reto personal e ideológico que necesito superar cada día para poder reconocerme. Unas veces me vence la pasión por la escritura y otras la pantalla vacía del ordenador.
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miércoles, 17 de enero de 2007
Las mujeres son el colmo

No es mi intención hacer una crítica literaria de esta obra de Regàs, pero sí me gustaría hacer un breve comentario del primer relato de Viento armado: “Obsesión”.
La historia se narra en primera persona. Su protagonista es un hombre que se acaba de separar de su mujer. Se siente fastidiado porque tiene que organizar las vacaciones de agosto con sus hijos y él preferiria disfrutar de las ventajas que ofrece una ciudad que se queda semivacía en ese mes del año. Y es que, él mismo lo dice: “… en mi vida había tenido que organizar unas vacaciones. Cuando era niño lo hacía mi madre y después lo hizo mi mujer…”.
El fastidio y la inconveniencia de tener que preparar unas vacaciones fuera de la ciudad, para él y para sus hijos, se convierte en el punto de partida para expresar una serie de refexiones sobre las causas de tener que desarrollar tan insufrible responsabilidad: su mujer lo ha dejado o, mejor dicho, lo ha echado de casa y, claro, “… enrabietada por la sentencia del juez que nos ha llegado hace un par de semanas, está dispuesta a hacerme la vida imposible en todos los frentes, y ha decidido que por lo menos lo que a mí me fastidia se cumpla escrupulosamente, por tanto que tengo que irme yo con los niños y encima ocuparme de elegir el lugar, porque ella me ha dicho por teléfono que ya me las arreglaré, que me toca el mes de agosto, que ella ya se irá en el mes de julio, y que los niños se los tengo que devolver el día 31 que, además, es sábado.”
La situación en cuestión lleva a nuestro protagonista a caer en la cuenta de que no entiende nada. No entiende por qué su mujer le ha echado de casa y llega a la conclusión de que “Las mujeres son el colmo. No contentas con destruir un hogar, una familia, con quedarse a vivir en casa con los hijos, no te dejan en paz y hacen todo lo posible para que tu vida sea un infierno, aun a costa de convertirse ellas en unas solitarias resentidas y encima perder a un marido que las amaba y, por lo menos en mi caso y sin que yo quiera presumir, uno de los amantes más comprensivos, tenaces, tiernos y perseverantes que encontrarán jamás. Todo por nada, por nada de verdad, porque aún hoy es el dia que tengo que enterarme de lo que he hecho para que así, de sopetón, decidiera romper una vida familiar sin fisuras ni encontronazos, una vida familiar ejemplo de matrimonios, que todo el mundo comentaba. Son el colmo, de verdad.”
Como ya se puede intuir, esa vida familiar “sin fisuras ni encontronazos” se debía a que “Ella era una mujer de buen carácter, que cuidaba de la casa y de los niños, tenía mano para las plantas, era cariñosa, no la agobiaba el trabajo, no se cansaba de hacer el amor y ganaba bastante dinero. Tanto como yo, o más. ¿Qué más podía desear?… no tenía tiempo de nada entre levantar a los niños, vestirlos, llevarlos a la guardería, volver a prepararme el desayuno, salir corriendo al trabajo, ir a la compra, volver a la hora de comer y hacer la comida, es natural que se le pasaran las horas sin enterarse.” Pero, claro, esta maravillosa mujer, un día decide que está harta, que ya no aguanta más, decide despedir a su marido, liberarse de un parásito que la utiliza, la explota, la viola y la ignora: “A las once estaba en la cama, y cuando yo iba a acostarme, siempre tenía que despertarla. Me encantaba acostarme con ella medio dormida. Era tan dulce ver cómo vagaba casi en sueños por un mundo de placer. Siempre fui con ella lento, muy lento, me entretenía y la acariciaba con pausa, y a ella le gustaba tanto que muchas veces parecía que se quedaba ensoñada, dormida casi, hasta el punto que tenía que despertarla una y otra vez. Recuerdo aquellas noches con verdadero placer, nos amábamos mientras desde la cocina nos llegaba el ronroneo sensual del lavaplatos, este ruido que me parecía la más hermosa de las músicas. Por eso me pregunto a todas horas cómo puede ser que me dejara, con tanto amor que yo le daba en ese mundo cerrado al que volvíamos todas las noches.”
Llega un momento en la historia en que el protagonista se hace una pregunta clave: ¿Dónde estaba mi Teresa, la dócil mujer que siempre me provocaba para sacarme de lo que estaba haciendo…?
Y esa es la cuestión, ¿Dónde están esas sumisas mujeres que se entregan a procurar el bienestar de la familia y la promoción de su hombre? No, si ya me lo decia mi abuela: Al hombre hay que tratarlo como a un rey. Y algunos años más tarde, los líderes evangélicos nos exigían a nosotras, las mujeres -así lo exige la Bbilia- a someternos a los varones. Claro, que a los varones también les decían que si querían ser tratados como reyes que debían tratarnos como reinas; o que las mujeres no habían salido ni de la cabeza del varón, ni de sus piés, sino de un lugar muy cerca de su corazón (el que quiera entender, entienda; o que los hombres necesitan respeto y las mujeres amor… Y es que ya se sabe, donde esté una mujer sumisa que se quiten todas las demás. ¿Se trata de eufemismos o de majaderías en estado puro?
¡Ay, las mujeres son el colmo!
Una de "Chambao"
¿Laicismo? Vade retro, Satanás

La discusión en cuestión venía a raíz de la “polémica” decisión que algunas escuelas públicas (Zaragoza, Mijas y Cartagena) tomaron de eliminar de las actividades escolares las tipicas celebraciones navideñas.
Pero, ¿Cómo va a ser eso? ¿Cómo va a renunciar “la España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María” a imponer su religión en la escuela? ¿Pero, dónde se ha visto eso? La Navidad es la Navidad y, si en las escuelas públicas hay niños que pertenecen a familias que no comparten la “fe cristiana”, pues que se aguanten, que para eso ”nos han invadido”, que no se quejen tanto, que les estamos dando de comer; y los profesores y profesoras que no tengan tanta sensibilidad por la diferencias, que no se les paga para eso.
Y, claro, es que la culpa de todo la tiene el laicismo. Ese maldito laicismo que promueve que los signos religiosos queden absolutamente fuera de la escuela pública, ese laicismo que lucha para conseguir leyes que favorezcan que todos los ciudadanos y ciudadanas de un determinado país puedan disfrutar por igual de sus derechos y puedan cumplir, por igual, con sus deberes.
Pero, bueno, ¿Es que acaso el progreso de Occidente no se debe, precisamente, al laicismo? ¿Es que lo países en los que la religión se confunde con el Estado viven mejor que nosotros? La experiencia histórica nos enseña que, en los casos en los que las creencias religiosas han interferido o se han aliado con el poder para dirigir la sociedad, se ha caído en la tiranía, la pobreza y la falta de respeto por los derechos humanos.
¿Cuántas personas, de esas que se quejan del gran apogeo laicista de nuestras sociedades, estarían dispuestas a renunciar a su nivel de vida y de progreso como seña de fidelidad a su creencia religiosa? A ver cuando nos damos cuenta que la diversidad es riqueza para nuestras sociedades y que, la diversidad y la diferencia, lejos de ser un peligro, representa un reto importante: el esfuerzo para entendernos, comprendernos y respetarnos. Y eso, sin duda, nos hará mejores personas y mejores cristianos y cristianas.
¿Laicismo? ¿Por qué no? A mi no me parece tan peligroso
La igualdad de género mejora la calidad de vida
El día 11 de diciembre, aunque de forma discreta, en la mayoria de los periódicos nacionales y autonómicos se incluía una noticia, salvo error u omisión, con el siguiente titular: “UNICEF asegura que la igualdad de género mejoraría la calidad de vida de los niños”
UNICEF ha publicado un estudio titulado Estado Mundial de la Infancia 2007 en el que se asegura que si las mujeres influyeran igual que los hombres en las decisiones, habría 13,4 millones de niños malnutridos menos en el sur de Africa.
El informe publicado asegura que la igualdad de género y la paridad en la toma de decisiones entre hombres y mujeres en los ámbitos familiar, laboral y político es “esencial” para un mayor y mejor bienestar y desarrollo de los niños de todo el mundo. De hecho, la eliminación de la discriminación por razones de género no sólo se constituye en un derecho moral, sino que parece crucial para el progreso humano y para el desarrollo sostenible, ya que produce “un doble dividendo”, tanto para las mujeres como para los niños. Ann Veneman, directora ejecutiva de UNICEF afirma que “La igualdad de los géneros y el bienestar de la infancia están relacionados intrínsecamente. Cuando las mujeres tienen el poder de liderar sus vidas plenamente y de forma productiva, los niños y sus familias prosperan”.
Ann Veneman también recomienda en su informe algunos pasos concretos que deben darse por parte de los gobiernos y de la sociedad civil en general para poder conseguir la igualdad de género en los ámbitos de la salud, la educación, la política, el trabajo, la familia, el hogar, etc. Según las estadísticas, en América Latina y el Caribe una de cada 160 mujeres corre el riesgo de morir en el parto, lo cual contrasta con las estadísticas de los países iindustrializados (una de cada 4.000).
En el Africa subsahariana, el riesgo de muerte por parto para las mujeres es de una de cada quince y, además, sólo la mitad de las mujeres tienen una auténtica participación en las decisiones familiares, y son sus marido los que deciden sobre cuestiones que tienen que ver con la salud y la economía del hogar.
El informe de UNICEF afirma que si las mujeres tuvieran el mismo nivel de influencia que sus maridos en las decisiones familiares habría 13,4 millones de niños malnutridos menos en el sur de Asia y 1,7 millones menos en el Africa subsahariana. Además, también se pone de manifiesto que una educación igualitaria es crucial para el desarrollo de los niños y niñas. De hecho, los niños y niñas de madres que no han sido escolarizadas tienen el doble de probabilidades de no acabar la educación primaria y, en los paises en vías de desarrollo, sólo una de cada cinco niñas consigue acabar la primaria y el 43% consigue ingresar en la secundaria. Por otra parte, también se reconoce que las condiciones laborales de las mujeres, que representan el 40% de la población activa mundial, tienen implicaciones importantes en el bienestar de los niños y niñas.
Ya que en algunos paises, como Argentina, Rusia y Ruanda, por ejemmplo, han sido las mujeres parlamentarias las que han impulsado políticas para favorecer mejoras sustanciales en la salud y en la educación, UNICEF recomienda un establecimiento de cuotas para la participación de las mujeres en la política.
¡Vaya, pero si en las iglesias no tenemos políticas de cuotas! ¿No será que la decadencia, la falta de progreso y de relevancia de las iglesia cristianas se debe, en parte, a la negativa sistemática a educar, fomentar y practicar la igualdad y la paridad? Tal vez deberíamos pensarlo.
Isaac y Saray

Debido a circunstancias de la vida, hace escasamente dos semana que estoy ejerciendo -a pesar de mi flamante doctorado, excelente cum laudem en Filosofía y Ciencias de la Educación- como profesora de Educación Primaria, y esas palabras tan insultantes y, al mismo tiempo, con tanto significado, no salen de la boca de dos adultos, sino de la pequeña boca de un niño y una niña, ambos de nueve años.
Ante tal situación, y después de haber propinado la conveniente y convencional bronca, y de aleccionar al niño y a la niña sobre lo impropio de usar palabrotas y de insultar a los compañeros y compañeras, no tienes más remedio que, en la intimidad, plantearte una –entre otras- pregunta: Si es verdad que una revolución en la educación ha conseguido -o conseguirá- un cambio sustancial en la consecución de una sociedad igualitaria y paritaria, ¿Cómo es que niños y niñas de nueve años siguen respondiendo a marcas de género -para lo bueno y para lo malo- a la hora de relacionarse entre ellos y, además, con una clara tendencia discriminatoria y vejatoria para las mujeres? Y es que, como ya dijo alguien, una revolución educativa no significa, en absoluto, una revolución social y, lo que es peor, tampoco una deconstrución efectiva del universo simbólico que hemos heredado a través de siglos y siglos de tradición patriarcal.
Pero lo que más me preocupa y aterroriza es que, si en una sociedad laica en la que, desde diferentes frentes, se están haciendo verdaderos esfuerzos para conseguir la igualdad y la paridad entre los sexos, cuesta tanto tiempo y trabajo conseguir cambios significativos, no quiero ni pensar lo que va a costar hacer esos cambios en ámbitos en los que la religión constituye una parte muy importante de la existencia de las personas, sobre todo cuando los preceptos de esa religión todavía siguen fomentando, utilizando los textos sagrados, la sumisión de las mujeres a la supuesta autoridad masculina y, con ella, su inferioridad.
No nos engañemos, el discurso religioso todavía sigue teniendo una importancia fundamental, y si ese discurso enseña, fomenta y practica la sumisión de las mujeres, porque esa es la “función” que Dios les ha asignado –que ya lo dice la Biblia muy claramente- me pregunto cual será la actitud y la relación entre los niños y las niñas, que más tarde serán adultos, ante la diferencia de los sexos: ¿No deberíamos revisar y reformar ese discurso? Las generaciones futuras, seguramente, nos lo agradecerán.
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