
Debido a circunstancias de la vida, hace escasamente dos semana que estoy ejerciendo -a pesar de mi flamante doctorado, excelente cum laudem en Filosofía y Ciencias de la Educación- como profesora de Educación Primaria, y esas palabras tan insultantes y, al mismo tiempo, con tanto significado, no salen de la boca de dos adultos, sino de la pequeña boca de un niño y una niña, ambos de nueve años.
Ante tal situación, y después de haber propinado la conveniente y convencional bronca, y de aleccionar al niño y a la niña sobre lo impropio de usar palabrotas y de insultar a los compañeros y compañeras, no tienes más remedio que, en la intimidad, plantearte una –entre otras- pregunta: Si es verdad que una revolución en la educación ha conseguido -o conseguirá- un cambio sustancial en la consecución de una sociedad igualitaria y paritaria, ¿Cómo es que niños y niñas de nueve años siguen respondiendo a marcas de género -para lo bueno y para lo malo- a la hora de relacionarse entre ellos y, además, con una clara tendencia discriminatoria y vejatoria para las mujeres? Y es que, como ya dijo alguien, una revolución educativa no significa, en absoluto, una revolución social y, lo que es peor, tampoco una deconstrución efectiva del universo simbólico que hemos heredado a través de siglos y siglos de tradición patriarcal.
Pero lo que más me preocupa y aterroriza es que, si en una sociedad laica en la que, desde diferentes frentes, se están haciendo verdaderos esfuerzos para conseguir la igualdad y la paridad entre los sexos, cuesta tanto tiempo y trabajo conseguir cambios significativos, no quiero ni pensar lo que va a costar hacer esos cambios en ámbitos en los que la religión constituye una parte muy importante de la existencia de las personas, sobre todo cuando los preceptos de esa religión todavía siguen fomentando, utilizando los textos sagrados, la sumisión de las mujeres a la supuesta autoridad masculina y, con ella, su inferioridad.
No nos engañemos, el discurso religioso todavía sigue teniendo una importancia fundamental, y si ese discurso enseña, fomenta y practica la sumisión de las mujeres, porque esa es la “función” que Dios les ha asignado –que ya lo dice la Biblia muy claramente- me pregunto cual será la actitud y la relación entre los niños y las niñas, que más tarde serán adultos, ante la diferencia de los sexos: ¿No deberíamos revisar y reformar ese discurso? Las generaciones futuras, seguramente, nos lo agradecerán.
1 comentario:
Señora Doctora cum laudem, "me pregunto cuál..." lleva tilde, es un pronombre interrogativo. Mejor deje sus revoluciones sociales y empiece una revolución ortográfica.
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