miércoles, 17 de enero de 2007

Las mujeres son el colmo

Hace poco que he leído un delicioso libro de Rosa Regàs, titulado Viento armado. Se trata de una serie de relatos en los que la autora quiere reflejar una serie de reflexiones y experiencias de la vida cotidiana de protagonistas comunes, con historias comunes y desenlaces comunes.

No es mi intención hacer una crítica literaria de esta obra de Regàs, pero sí me gustaría hacer un breve comentario del primer relato de Viento armado: “Obsesión”.


La historia se narra en primera persona. Su protagonista es un hombre que se acaba de separar de su mujer. Se siente fastidiado porque tiene que organizar las vacaciones de agosto con sus hijos y él preferiria disfrutar de las ventajas que ofrece una ciudad que se queda semivacía en ese mes del año. Y es que, él mismo lo dice: “… en mi vida había tenido que organizar unas vacaciones. Cuando era niño lo hacía mi madre y después lo hizo mi mujer…”.


El fastidio y la inconveniencia de tener que preparar unas vacaciones fuera de la ciudad, para él y para sus hijos, se convierte en el punto de partida para expresar una serie de refexiones sobre las causas de tener que desarrollar tan insufrible responsabilidad: su mujer lo ha dejado o, mejor dicho, lo ha echado de casa y, claro, “… enrabietada por la sentencia del juez que nos ha llegado hace un par de semanas, está dispuesta a hacerme la vida imposible en todos los frentes, y ha decidido que por lo menos lo que a mí me fastidia se cumpla escrupulosamente, por tanto que tengo que irme yo con los niños y encima ocuparme de elegir el lugar, porque ella me ha dicho por teléfono que ya me las arreglaré, que me toca el mes de agosto, que ella ya se irá en el mes de julio, y que los niños se los tengo que devolver el día 31 que, además, es sábado.”


La situación en cuestión lleva a nuestro protagonista a caer en la cuenta de que no entiende nada. No entiende por qué su mujer le ha echado de casa y llega a la conclusión de que “Las mujeres son el colmo. No contentas con destruir un hogar, una familia, con quedarse a vivir en casa con los hijos, no te dejan en paz y hacen todo lo posible para que tu vida sea un infierno, aun a costa de convertirse ellas en unas solitarias resentidas y encima perder a un marido que las amaba y, por lo menos en mi caso y sin que yo quiera presumir, uno de los amantes más comprensivos, tenaces, tiernos y perseverantes que encontrarán jamás. Todo por nada, por nada de verdad, porque aún hoy es el dia que tengo que enterarme de lo que he hecho para que así, de sopetón, decidiera romper una vida familiar sin fisuras ni encontronazos, una vida familiar ejemplo de matrimonios, que todo el mundo comentaba. Son el colmo, de verdad.”

Como ya se puede intuir, esa vida familiar “sin fisuras ni encontronazos” se debía a que “Ella era una mujer de buen carácter, que cuidaba de la casa y de los niños, tenía mano para las plantas, era cariñosa, no la agobiaba el trabajo, no se cansaba de hacer el amor y ganaba bastante dinero. Tanto como yo, o más. ¿Qué más podía desear?… no tenía tiempo de nada entre levantar a los niños, vestirlos, llevarlos a la guardería, volver a prepararme el desayuno, salir corriendo al trabajo, ir a la compra, volver a la hora de comer y hacer la comida, es natural que se le pasaran las horas sin enterarse.” Pero, claro, esta maravillosa mujer, un día decide que está harta, que ya no aguanta más, decide despedir a su marido, liberarse de un parásito que la utiliza, la explota, la viola y la ignora: “A las once estaba en la cama, y cuando yo iba a acostarme, siempre tenía que despertarla. Me encantaba acostarme con ella medio dormida. Era tan dulce ver cómo vagaba casi en sueños por un mundo de placer. Siempre fui con ella lento, muy lento, me entretenía y la acariciaba con pausa, y a ella le gustaba tanto que muchas veces parecía que se quedaba ensoñada, dormida casi, hasta el punto que tenía que despertarla una y otra vez. Recuerdo aquellas noches con verdadero placer, nos amábamos mientras desde la cocina nos llegaba el ronroneo sensual del lavaplatos, este ruido que me parecía la más hermosa de las músicas. Por eso me pregunto a todas horas cómo puede ser que me dejara, con tanto amor que yo le daba en ese mundo cerrado al que volvíamos todas las noches.”


Llega un momento en la historia en que el protagonista se hace una pregunta clave: ¿Dónde estaba mi Teresa, la dócil mujer que siempre me provocaba para sacarme de lo que estaba haciendo…?


Y esa es la cuestión, ¿Dónde están esas sumisas mujeres que se entregan a procurar el bienestar de la familia y la promoción de su hombre? No, si ya me lo decia mi abuela: Al hombre hay que tratarlo como a un rey. Y algunos años más tarde, los líderes evangélicos nos exigían a nosotras, las mujeres -así lo exige la Bbilia- a someternos a los varones. Claro, que a los varones también les decían que si querían ser tratados como reyes que debían tratarnos como reinas; o que las mujeres no habían salido ni de la cabeza del varón, ni de sus piés, sino de un lugar muy cerca de su corazón (el que quiera entender, entienda; o que los hombres necesitan respeto y las mujeres amor… Y es que ya se sabe, donde esté una mujer sumisa que se quiten todas las demás. ¿Se trata de eufemismos o de majaderías en estado puro?


¡Ay, las mujeres son el colmo!

Una de "Chambao"

Ya no quiero vivir con los temores
que prefiero entregarme a la ilusión
y lo que creo, defenderlo con firmeza
sin historias que me abulten el colchón.
Y si un día me siento transformada
y decido reorientar la dirección,
tomaré un nuevo rumbo sin prejuicios
porque en el cambio está la evolución.

¿Laicismo? Vade retro, Satanás

Hace escasamente unos días, y haciendo “zaping” -porque la televisión está imposible- me encontré con un programa de la TVE en el que se estaba debatiendo la conveniencia de alimentar o eliminar los signos religiosos (cristianos) en la escuela pública.

La discusión en cuestión venía a raíz de la “polémica” decisión que algunas escuelas públicas (Zaragoza, Mijas y Cartagena) tomaron de eliminar de las actividades escolares las tipicas celebraciones navideñas.


Pero, ¿Cómo va a ser eso? ¿Cómo va a renunciar “la España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María” a imponer su religión en la escuela? ¿Pero, dónde se ha visto eso? La Navidad es la Navidad y, si en las escuelas públicas hay niños que pertenecen a familias que no comparten la “fe cristiana”, pues que se aguanten, que para eso ”nos han invadido”, que no se quejen tanto, que les estamos dando de comer; y los profesores y profesoras que no tengan tanta sensibilidad por la diferencias, que no se les paga para eso.


Y, claro, es que la culpa de todo la tiene el laicismo. Ese maldito laicismo que promueve que los signos religiosos queden absolutamente fuera de la escuela pública, ese laicismo que lucha para conseguir leyes que favorezcan que todos los ciudadanos y ciudadanas de un determinado país puedan disfrutar por igual de sus derechos y puedan cumplir, por igual, con sus deberes.

Pero, bueno, ¿Es que acaso el progreso de Occidente no se debe, precisamente, al laicismo? ¿Es que lo países en los que la religión se confunde con el Estado viven mejor que nosotros? La experiencia histórica nos enseña que, en los casos en los que las creencias religiosas han interferido o se han aliado con el poder para dirigir la sociedad, se ha caído en la tiranía, la pobreza y la falta de respeto por los derechos humanos.


¿Cuántas personas, de esas que se quejan del gran apogeo laicista de nuestras sociedades, estarían dispuestas a renunciar a su nivel de vida y de progreso como seña de fidelidad a su creencia religiosa? A ver cuando nos damos cuenta que la diversidad es riqueza para nuestras sociedades y que, la diversidad y la diferencia, lejos de ser un peligro, representa un reto importante: el esfuerzo para entendernos, comprendernos y respetarnos. Y eso, sin duda, nos hará mejores personas y mejores cristianos y cristianas.


¿Laicismo? ¿Por qué no? A mi no me parece tan peligroso

La igualdad de género mejora la calidad de vida

El día 11 de diciembre, aunque de forma discreta, en la mayoria de los periódicos nacionales y autonómicos se incluía una noticia, salvo error u omisión, con el siguiente titular: “UNICEF asegura que la igualdad de género mejoraría la calidad de vida de los niños”

UNICEF ha publicado un estudio titulado Estado Mundial de la Infancia 2007 en el que se asegura que si las mujeres influyeran igual que los hombres en las decisiones, habría 13,4 millones de niños malnutridos menos en el sur de Africa.

El informe publicado asegura que la igualdad de género y la paridad en la toma de decisiones entre hombres y mujeres en los ámbitos familiar, laboral y político es “esencial” para un mayor y mejor bienestar y desarrollo de los niños de todo el mundo. De hecho, la eliminación de la discriminación por razones de género no sólo se constituye en un derecho moral, sino que parece crucial para el progreso humano y para el desarrollo sostenible, ya que produce “un doble dividendo”, tanto para las mujeres como para los niños. Ann Veneman, directora ejecutiva de UNICEF afirma que “La igualdad de los géneros y el bienestar de la infancia están relacionados intrínsecamente. Cuando las mujeres tienen el poder de liderar sus vidas plenamente y de forma productiva, los niños y sus familias prosperan”.

Ann Veneman también recomienda en su informe algunos pasos concretos que deben darse por parte de los gobiernos y de la sociedad civil en general para poder conseguir la igualdad de género en los ámbitos de la salud, la educación, la política, el trabajo, la familia, el hogar, etc. Según las estadísticas, en América Latina y el Caribe una de cada 160 mujeres corre el riesgo de morir en el parto, lo cual contrasta con las estadísticas de los países iindustrializados (una de cada 4.000).

En el Africa subsahariana, el riesgo de muerte por parto para las mujeres es de una de cada quince y, además, sólo la mitad de las mujeres tienen una auténtica participación en las decisiones familiares, y son sus marido los que deciden sobre cuestiones que tienen que ver con la salud y la economía del hogar.

El informe de UNICEF afirma que si las mujeres tuvieran el mismo nivel de influencia que sus maridos en las decisiones familiares habría 13,4 millones de niños malnutridos menos en el sur de Asia y 1,7 millones menos en el Africa subsahariana. Además, también se pone de manifiesto que una educación igualitaria es crucial para el desarrollo de los niños y niñas. De hecho, los niños y niñas de madres que no han sido escolarizadas tienen el doble de probabilidades de no acabar la educación primaria y, en los paises en vías de desarrollo, sólo una de cada cinco niñas consigue acabar la primaria y el 43% consigue ingresar en la secundaria. Por otra parte, también se reconoce que las condiciones laborales de las mujeres, que representan el 40% de la población activa mundial, tienen implicaciones importantes en el bienestar de los niños y niñas.

Ya que en algunos paises, como Argentina, Rusia y Ruanda, por ejemmplo, han sido las mujeres parlamentarias las que han impulsado políticas para favorecer mejoras sustanciales en la salud y en la educación, UNICEF recomienda un establecimiento de cuotas para la participación de las mujeres en la política.

¡Vaya, pero si en las iglesias no tenemos políticas de cuotas! ¿No será que la decadencia, la falta de progreso y de relevancia de las iglesia cristianas se debe, en parte, a la negativa sistemática a educar, fomentar y practicar la igualdad y la paridad? Tal vez deberíamos pensarlo.

Isaac y Saray

“¡Joana, Joana, Isaac me ha dicho puta y zorra!”, dijo Saray; a lo que Isaac respondió: “Joana, es que ella me ha llamado hijo de puta”.

Debido a circunstancias de la vida, hace escasamente dos semana que estoy ejerciendo -a pesar de mi flamante doctorado, excelente cum laudem en Filosofía y Ciencias de la Educación- como profesora de Educación Primaria, y esas palabras tan insultantes y, al mismo tiempo, con tanto significado, no salen de la boca de dos adultos, sino de la pequeña boca de un niño y una niña, ambos de nueve años.


Ante tal situación, y después de haber propinado la conveniente y convencional bronca, y de aleccionar al niño y a la niña sobre lo impropio de usar palabrotas y de insultar a los compañeros y compañeras, no tienes más remedio que, en la intimidad, plantearte una –entre otras- pregunta: Si es verdad que una revolución en la educación ha conseguido -o conseguirá- un cambio sustancial en la consecución de una sociedad igualitaria y paritaria, ¿Cómo es que niños y niñas de nueve años siguen respondiendo a marcas de género -para lo bueno y para lo malo- a la hora de relacionarse entre ellos y, además, con una clara tendencia discriminatoria y vejatoria para las mujeres? Y es que, como ya dijo alguien, una revolución educativa no significa, en absoluto, una revolución social y, lo que es peor, tampoco una deconstrución efectiva del universo simbólico que hemos heredado a través de siglos y siglos de tradición patriarcal.


Pero lo que más me preocupa y aterroriza es que, si en una sociedad laica en la que, desde diferentes frentes, se están haciendo verdaderos esfuerzos para conseguir la igualdad y la paridad entre los sexos, cuesta tanto tiempo y trabajo conseguir cambios significativos, no quiero ni pensar lo que va a costar hacer esos cambios en ámbitos en los que la religión constituye una parte muy importante de la existencia de las personas, sobre todo cuando los preceptos de esa religión todavía siguen fomentando, utilizando los textos sagrados, la sumisión de las mujeres a la supuesta autoridad masculina y, con ella, su inferioridad.


No nos engañemos, el discurso religioso todavía sigue teniendo una importancia fundamental, y si ese discurso enseña, fomenta y practica la sumisión de las mujeres, porque esa es la “función” que Dios les ha asignado –que ya lo dice la Biblia muy claramente- me pregunto cual será la actitud y la relación entre los niños y las niñas, que más tarde serán adultos, ante la diferencia de los sexos: ¿No deberíamos revisar y reformar ese discurso? Las generaciones futuras, seguramente, nos lo agradecerán.